domingo, 28 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLVIII)

A mediados del mes de diciembre, una noticia ha llenado el tiempo de radio. La ONU ha admitido a España, junto con otros países, en su organización. Las negociaciones han sido duras pero, dada la situación de “guerra fría” entre La UU.RR.SS.SS y los Estados Unidos, finalmente, después de dieciséis años  de terminada la Guerra Civil, el régimen del General Franco ha sido reconocido en el foro internacional más importante.  El hecho no podía menos de ser aireado,  utilizado y festejado por el aparato propagandista del gobierno. El mundo se rendía ante nuestro régimen y reconocía sus virtudes.

El Madrid, ha eliminado al Partizan de Belgrado. Después de ganar en Madrid por 4-0, en Belgrado, con mucho frío y el campo nevado ha estado a punto de ser eliminado pero, al final, ha ganado la eliminatoria

Al llegar las fiestas navideñas, los médicos han dado permiso a alguno de los chicos para pasar en sus casas esos días y así ha sucedido conmigo. Mi madre y la prima Amparo han venido a buscarme al hospital y vamos, en taxi, a casa de la tía María con el fin de que no pasemos solos las fiestas. Además, eso permitirá a mi madre seguir con su trabajo en el laboratorio.

En casa de la tía María hay buen ambiente. Ellos son seis: la tía María, el tío Eusebio y los primos, Pepe, Amparo y Manolo. Pepe ya estaba casado, la boda se había celebrado el verano anterior, y él y su mujer, María, se habían quedado a vivir allí, cosas de la escasa capacidad económica. La casa era grande y permitía la situación sin mayores problemas.

En la planta baja vivían la tía Blasa y el tío Pedro, en la parte trasera de la taberna que es su medio de vida, y que está enclavada en la zona conocida como el Madrid antiguo, el Madrid castizo: Puerta Cerrada.
A pesar de la gran densidad de tabernas en la zona solo en la plaza había cinco y muchas más en las calles contiguas: Cuchilleros, Cava Baja, Toledo…, todas ellas sobrevivían con su propia clientela.

En el caso de la de mis tíos, la clientela la formaban personas fijas que se reunían, por las tardes, a echar sus  partidas de mus o dominó y tomar sus chatos de Valdepeñas o su café, hecho por mi tía, de puchero, nada de cafeteras exprés. A mediodía, también dan comidas a personas  que trabajaban en el mercado o que conducen autocares de línea; mi tía tenía fama en la familia de ser la que mejor cocinaba. Además está la  gente de paso, visitantes y turistas, que hacen de esta zona una de las más concurridas y visitadas de Madrid.

La Navidad ha pasado de forma agradable, todos se han volcado para hacerme sentir bien; mis primos son mayores y ya trabajan, pero también han jugado conmigo en sus  tiempos libres.


De todas formas, yo había oído hablar en el hospital de la gran fiesta de Reyes Magos que organizaban y me he empeñado en volver para pasar  allí la fiesta con el resto de chicos de la sala. Percibo que mi deseo ha puesto triste a mi madre pero ha accedido a mí deseo; al fin y al cabo es cuestión de dos días más o menos.  Mi madre va a seguir viviendo en casa de mis tíos mientras yo siga en el hospital.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El sótano

Deberías airearte un poco, salir a la calle…; aunque no sea conmigo, ya sé que no te gusta. Además, si sales, nadie te va a reconocer, ni te van a ver; te has quedado tan consumido... Yo siempre he respetado tú decisión y por eso no vengo más a verte, por no molestarte…, y porque nunca me respondes nada cuando te hablo; pero te prometo que es la última vez que lo hago ¿Sabes? estoy pensando en cambiar de casa, porque, de este sótano, sube un hedor insoportable.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Ep chico de la hamaca (XLVII)

Los diferentes análisis y exploraciones, a que me someten en los primeros tiempos de internamiento, eliminan algunas de las dudas y sospechas iniciales y el doctor Sánchez Puelles, comunica a mi madre las buenas nuevas. No hay ningún problema de tuberculosis, pero la situación sigue bajo los mismos parámetros, sólo ha cambiado el diagnóstico, de nefritis, ha pasado a pielonefritis; un escalón más, supongo, en la gradación de la enfermedad. En cualquier caso, la rutina del tratamiento no ha sufrido ningún cambio. Solo los incidentes de las infecciones faríngeas, dos o tres, al menos, durante el invierno, pusieron en evidencia que el problema no estaba en vías de solución.

En estos casos, se produce una curiosa situación. El hospital no dispensa antibióticos, y la necesaria penicilina tiene que ser suministrada por los familiares, en este caso, mi madre. Una limitación importante de la asistencia pública en este hospital.

La situación actual deja a mi madre más tiempo y libertad y le permite empezar un nuevo trabajo limpiando un laboratorio farmacéutico por las mañanas. Ha dejado de vivir sola en casa y se ha trasladado a la de la tía Carmen. Desde allí tiene más facilidad de acudir, tanto al hospital, que está muy cerca, como al trabajo. Además está más acompañada.

Un domingo, durante la visita, mi madre me dice que le diga a la tía Carmen que se lleve las manzanas que me ha llevado, que tengo muchas. Es verdad, todo el mundo me lleva manzanas, pero me sonó raro. No me gustan estas encomiendas y le di el mensaje de forma escueta.

─ Ha dicho mi madre que te lleves las manzanas.

Mi tía puso mala cara, pero las cogió. Al día siguiente, cuando me llevó el zumo de uva me dijo: «Hoy es el último día que te traigo el zumo porque he discutido con mamá».

Este problema estúpido ha provocado un terremoto familiar. Mi tía se ha dedicado a dar a conocer el hecho a todo el mundo porque tiene que demostrar que ella no es la responsable del problema y justificar, así, su falta de ayuda a su hermana y sobrino en una situación como aquella. Buena parte de la familia se ha dividido en bandos y las relaciones se han enrarecido. Pocos son los que mantienen la neutralidad y, como consecuencia, algunos han dejado de visitarme en el hospital.

He oído mil veces a mi madre contar el inicio del problema y nunca he entendido que una estupidez como aquella, una discusión tonta porque mis primas no ayudaban a su madre y otra discusión más tonta aún, por el zumo de uva que me llevaban al hospital, hubiese llevado a la familia a esta situación. Mi familia siempre ha tenido una tendencia extraña a la autodestrucción.


viernes, 19 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLVI)

Los chicos internados son muy diferentes entre sí y tienen distintos tipos de dolencias. Unos están internados pocos días o semanas y dejan poca huella. Otros pasamos aquí meses y la relación se hace más fuerte.

El Chico de la cama de mi izquierda, Juanito, es de Villalba y está aquejado de un grave problema cardíaco. Un día, cuando el doctor Sánchez Pueyes pasó de su cama a la mía, hizo un comentario a otro médico, ajeno al hospital, que le acompañaba esa mañana y le dijo que tiene pocas esperanzas de curación. Juanito es un buen chico, con poca vitalidad y un poco triste,  con el que he montado un provechoso intercambio de cromos para los álbumes y me puse triste al oír el comentario.

Pepito, más pequeño que el anterior, es alegre y rubio; ocupa la cama frente a la mía y es como la mascota de la sala. Había sido ingresado antes de mi llegada, aquejado de un grave problema renal y sin muchas esperanzas de un final feliz, pero parece que todo va muy bien y se ha cambiado el pronóstico. Se ha hecho muy popular en el hospital.

A otro niño, de características físicas similares al anterior, de Miraflores de la Sierra, con un aspecto excelente, al que no parecía que le pasase nada, un día le llevaron a otro centro para extirparle un riñón. Oí algo así como “poliquístico”. Volvió algún tiempo después, pero desapareció pronto. También lo aislaron con un biombo.

Otro chico, Isidro, de Toledo, el que tengo a mi derecha, es pequeñajo y muy cariñoso. También tiene un problema cardíaco y ha tenido varios sustos durante el internamiento, pero está bastante bien. Por temporadas, es de los que tiene permiso para levantarse y colaborar con las tareas de la sala.


Hay un caso raro, que se sale de la norma. Es un chico ya mayor, Manolo. Sospecho que supera la edad límite para permanecer allí y no parece sufrir ninguna enfermedad, aunque sí está aquejado de alguna minusvalía, ayuda a Balbina en el control de la sala y parece estar aquí por tiempo indefinido. Nunca supe la razón de esta extraña permanencia, parecía ser un favor especial que el médico titular de la sala, don Martín, hacía a la familia de Manolo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLV)

Al terminar el primer día de visita, vi a mi madre hablar con Balbina y darle una propina que ella guardó rápidamente en el bolsillo de su delantal. Me da mucha rabia esta manía de mi madre que siempre quiere obtener privilegios para mí, pero es inevitable. De todas formas, nunca vi rechazar una propina a Balbina ¡Le gustan más que a un tonto una tiza!

Mi madre busca cualquier pretexto para pasar a verme fuera de las horas de visita: ver al médico, visitar a Sor Catalina, la prima del tío Manolo…, cualquier excusa es buena. Sor María Luisa, tiene que mantener el orden prohibiendo de manera amable las visitas extemporáneas. No puede permitir que yo tenga privilegios sobre los otros chicos ingresados. De todas formas, bien ella o la tía Carmen, como familiares de Sor Catalina, se saltan la norma frecuentemente. Uno de los pretextos es el de llevarme botellas de zumo de uva porque sigo negándome a comer otra fruta que sea manzanas y zumo de uva. Esta historia parece convencer a Sor María Luisa que se hace más tolerante con las visitas.

No sé cómo lo ha conseguido pero mi madre me ha traído una radio. No es de galena pero es muy pequeña, parece de juguete, y tiene cascos. Es de plástico verde y tiene solo dos mandos negros: uno para buscar las emisoras y otro para graduar el volumen. La puedo tener debajo de la almohada cuando no la uso y no molesta a nadie. Ahora, ya no me importa tanto que apaguen la luz a las siete; puedo oír las aventuras de Diego Valor y Dos hombres buenos hasta que, por fin, me quedo dormido. También puedo oír el “Carrusel deportivo” los domingos y las retransmisiones de los partidos de fútbol del Madrid en la Copa de Europa. El Real Madrid, con jugadores como Di Stéfano, Gento, Olsen, Muñoz, Alonso, Joseíto, Lesmes II…, y un presidente como Santiago Bernabéu, es la atracción de Europa. Alfredo Di Stéfano había fichado dos años antes por el Real Madrid, y lo había convertido en el mejor equipo del continente.

Para los chicos es fácil hacer amigos y la sala es un buen lugar para ello. Somos cerca de treinta y pronto he establecido relaciones con la mayoría de ellos, sobre todo con los que ocupan las camas más cercanas. Las visitas en los jueves y domingos de mis tíos y primos mayores los pequeños no tienen permitida la entrada al centro que vienen con “tebeos”, libros y cualquier otro elemento de distracción, hacen que la estancia aquí sea más fácil. La adaptación de mi madre a la situación es más complicada.

La vida en la sala está reglada por un horario férreo. Empieza a las siete de la mañana y Balbina viene, cama por cama, levantando a los chavales para hacerla. Me interrumpe el sueño manera brusca, y me levanto poniendo los pies desnudos en el suelo que está frío como un  demonio. Cuando se lo cuento a mi madre, coge un gran enfado y protesta a Sor María Luisa. Su protesta ha tenido efecto y ha introducido una importante modificación en las costumbres de la sala, la aparición de las zapatillas. Los que las tenemos, nos evitamos sentir el frío suelo en los pies.


Acabada esta tarea se hacía la limpieza del polvo y de los suelos. En esta labor, realizada alternativa o conjuntamente por Balbina y Sor María Luisa, les ayudaban algunos de los chicos que tenían permiso médico para estar levantados. Después llegaba el desayuno y, más tarde, pasaba la visita el doctor Sánchez Puelles, en ocasiones acompañado por algún otro médico. Raramente aparecía don Martín, el titular de la sala, quien, por su edad y estado de salud había delegado la tarea en el doctor Sánchez Pueyes. Sobre las doce llegaba la comida y la tarde quedaba libre, salvo los jueves y domingos que eran días de visita, de cuatro a cinco, más o menos. A las seis se daba la cena, después de haber rezado el rosario y a las siete, toque de queda, apagón de luces y a dormir. Salvo la oportunidad de escuchar la radio gracias a que era totalmente silenciosa debido a los auriculares, aquí se acababa la historia del día. La fórmula se repetía monótonamente; salvo algún día de fiesta religiosa importante en el que se podía producir alguna novedad o cambio en el menú.

viernes, 5 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLIV)

Este hecho ha sido otro duro golpe para mi madre que, por primera vez, se ve en la necesidad de separarse de mí ¿Cuánto duraría el internamiento? ¿Sería la solución?

¿Qué puedo hacer para hacerle menos duro el internamiento? Allí no va a poder oír la radio. ¿Alguien le podría hacer una radio de galena? Seguramente le dejarán tenerla, con unos cascos no va a molestar a nadie ¡Tengo que encontrar quien se la pueda hacer!

Por fin hay una cama libre en la sala donde he de estar internado y nos vamos con la ropa necesaria para la estancia allí. La sala está en la primera planta a la que subimos por una gran escalera que desembarca en un  pasillo enorme. A la derecha, están las de los chicos, a la izquierda las de las chicas. Donde voy a estar, es la última de la derecha.  Al fondo del pasillo, hay dos pequeñas salas separadas por un paramento de cristal. Se utilizan para que los chicos y chicas que tienen permiso para estar levantados, puedan jugar y recibir visitas.

La sala donde voy estar es grande, limpia y muy luminosa, con grandes ventanales que dan a los jardines del hospital. El ambiente es tranquilo y, cuando llego, tengo la sensación de que todos los chicos me examinan. Soy “el nuevo” o “el siete”, que es el nº de la cama que han asignado. La monja que rige la sala, sor María Luisa, es alta y parece seria y amable. Habla en un tono bajo y el hábito que lleva puesto es extraordinariamente blanco, como esa cosa grande que lleva en la cabeza y que llaman corneta qué divertido─. A mí me parece que debe de ser difícil llevarla pero ella parece estar muy cómoda. Todo hace juego en la sala: las camas pintadas de blanco, las colchas, blancas…, todo parece estar en perfecta armonía. Mi madre se tiene que marchar y me deja allí haciendo esfuerzos para que no la vea llorar.

Conozco a Balbina, la chica que ayuda a Sor María Luisa en la limpieza y gobierno de la sala. Es gallega, pequeñita y, al contrario que sor María Luisa, muy alborotadora. Habla a gritos y utiliza algunos vocablos extraños que, a veces no entiendo; parece estar un poco loca, pero sabe manejar bien a los chavales. A pesar de ser tan opuestas, monja y auxiliar se llevan bien, como si llevasen muchos años trabajando juntas. Balbina duerme en la sala con nosotros en la última cama de la fila de la derecha, separada del resto por un biombo.


La primera noche, después de rezar el rosario y cenar, se apagaron las luces de la habitación y me quedé sorprendido y perdido ¡Eran las siete de la tarde, demasiado temprano para dormir, y con la luz apagada no puedo leer ni hacer nada, ni siquiera oír la radio porque tampoco la tengo! Aburrido, me pongo a hacer sonidos raros con la boca, pienso que, en la oscuridad, nadie va a saber quién los hace. Los otros chicos dicen que es el “siete” y que al día siguiente, se lo van a decir a la monja.