viernes, 30 de noviembre de 2012

Prohibido el paso


Aquí estaba yo, en la aduana del aeropuerto de barajas, a la una y media de la madrugada, esperando a que “el vista” volviera de tomar su cena según me había informado el agente de la guardia civil que me retuvo a mi llegada. En la misma habitación, y en espera de la misma persona, estaba el que había sido el director de la Escuela en la que yo había estudiado, acompañado de dos elegantes señoras y de tres enormes maletones, como yo no había visto antes.

Su presencia y el tamaño de las maletas me tenían intrigado ¿Que haría aquí D. Miguel con aquellas maletas? Por lo demás, no era raro teniendo en cuenta que él era natural de las islas de donde yo acababa de llegar.

Yo venía de participar, durante los últimos tres días, en una convención, que el nuevo responsable para Europa de la compañía americana para la que trabajaba, y a la que había convocado a representantes de nuestras oficinas y clientes de toda Europa. Una convención por todo lo alto; sobre todo, teniendo en cuenta que la situación económica de la compañía no era demasiado boyante.

Una vez acabada la convención, decidí hacer la compra que tenía prevista. Un reproductor de vídeos VHS. En un puerto franco se podían comprar este tipo de cosas a un precio más bajo que en la península. Estaba el problema de la garantía, pero, por una vez, decidí hacer algo de lo que algunos amigos presumían pasándote por los morros ese reloj estupendo o esa calculadora que habían comprado tan baratos en cualquier lugar fuera de España o, al menos, de la península.

Fui a la tienda y regateé con el indio de turno el precio del reproductor NEC que me ofrecía y que parecía estupendo. Había un pequeño problema, el manual estaba en sueco, danés y noruego. Con el inglés me puedo apañar pero con estos idiomas... El indio me aseguró que estaban traduciendo el manual al español y me pidió mi dirección para enviármelo. No lo pensé más y  lo compré.

En el hotel, estropeé la caja todo lo que pude, la pintarrajeé con bolígrafo, la até con cuerdas, solo me faltó darle un martillazo al aparato...No sirvió de nada. Cuando, a la llegada a Barajas, pasaba delante del guardia civil de turno, éste me paró y pregunto con tono bastante agrio:

— ¿Que lleva usted ahí? 

—Un reproductor de vídeo, respondí.

— ¿Cuánto le ha costado?, preguntó en el mismo tono.

Le explique que venía de una convención que había organizado mi empresa, que el reproductor del hotel estaba estropeado y había tenido que llevar el nuestro.

— ¿Tiene la factura?, preguntó. Le dije que no y casi gritando me dijo.

—Espere usted aquí hasta que venga “el vista”.

Cuando “el vista” llegó y vio lo que tenía allí vino a preguntarme y yo le dije, con la mayor tranquilidad que pude aparentar, que no tenía prisa, que atendiera a las otras personas. Tenía interés en conocer el misterio de las maletas.

Se fue a por D. Miguel y las señoras y les pidió que abriesen las maletas. De allí salió toda clase de ropa de marca, italiana, sin estrenar, de hombre y de mujer y D. Miguel se puso a explicar que esa ropa era del Cabildo ¿del Cabildo? 

El vista, viendo que aquello iba a ir para largo, se volvió hacia mí y pregunto:

— ¿Y a usted que le pasa? ¿Que hay en ese paquete? 

Conté de nuevo la historia del vídeo y me preguntó lo mismo que el guardia civil 

— ¿Cuánto le ha costado? 

Volví a repetir la historia del reproductor estropeado del hotel, que aquel era de la empresa... 

Me miró con cara de guasa y me dijo:

— ¡Váyase usted!

Salí de la sala más contento que un tonto con una gorra a cuadros y preguntándome en que estaría metido D. Miguel, funcionario de carrera, abogado — un tiempo después consiguió un puesto en el Tribunal Constitucional — intentando pasar ropa de importación diciendo que era propiedad del Cabildo.

Conseguí hacer funcionar el reproductor de vídeo con la ayuda de Peter, un compañero de trabajo, y de los esquemas del manual en idiomas escandinavos. Por supuesto, nunca más tuve noticias del indio ni del manual traducido al español; ambos se quedaron en las Islas afortunadas.


jueves, 22 de noviembre de 2012

EL PREMIO


Hay una tribu, la que domina en la selva, que, cada año, otorga un premio al mejor jefe de entre las diferentes tribus que la pueblan. Se reúnen los notables para elegir quien debe recibir el premio en cada ocasión y los tam-tams redoblan por toda la selva para dar la noticia del elegido de manera que nadie se quede sin conocerlo.

El jefe de mi tribu es un poco perezoso para desplazarse por la selva. Está un poco mayor o no le gusta encontrarse con alguno de los otros jefes, no lo sé, pero cada año, delega en mí la asistencia al evento. En realidad, aunque mi mente está más interesada en otros temas, no estoy dispuesto a perderme el espectáculo. Por otra parte, observo que los más jóvenes de mi tribu están aun menos interesados que yo en hacer este tipo de acciones de representación, por otra parte, necesarias.

El acto se celebra en la gran Choza, en el centro de la selva. Se las arreglan para que, cada año, la choza parezca diferente, utilizando distintos tipos de abalorios para decorarla. Los representantes de las distintas tribus, todas las que reconocen al mismo gran jefe supremo, asisten puntualmente.

Observo que, cada vez, hay más representantes femeninas, creo que está bien, dan mucho más colorido y aportan un aire más fresco a la representación. Este año, además, ha asistido un invitado especial; el representante de un grupo de jóvenes que han revolucionado la selva organizando competiciones corriendo tras una gran pelota; futbol lo llaman. También dos grandes hechiceros; bueno, hechicero y hechicera, que han alcanzado gran renombre entre las tribus. Como dicen que hablan con los espíritus, hasta los jefes les tienen respeto. Me falta decir que todos los asistentes debemos presentarnos debidamente disfrazados de animales, de acuerdo con el rango de cada uno.

Afortunadamente, este año también ha venido, desde su tribu, mi amiga uku-uku, una excelente relaciones públicas, en representación de su jefe, que, como al mío, parece que no le gusta aparecer en estos actos.  Uku-Uku, tampoco se siente cómoda  entre gente que no conoce demasiado y he tenido que ejercer mis buenos oficios para que las doncellas disfrazadas de ardillas, que realizan esta función de organización, nos coloquen en la misma esterilla.

En estos actos, las esterillas se ubican por el lugar que los animales que representan los disfraces, ocupan, jerárquicamente, en la jungla, la selva, la sabana... En esta ocasión, el acto no empezó hasta que los reyes de la sabana, el león y la leona — hechicero y hechicera — aparecieron y, con gran parafernalia, dieron su  asentimiento para el comienzo del acto. 

Inmediatamente, el señor pavo real —el delegado del jefe  de la tribu organizadora— subió al estrado para hacer, de la manera más ampulosa posible, el panegírico del premiado y se llevó grandes aplausos que no cesaron hasta recibir al mono tití que, con grandes aspavientos y una sonrisa de circunstancias salió a recibir el premio y a expresar su agradecimiento con reverencias a los elefantes y los tigres que ocupaban las primeras esterillas. Éstos mostraban, con signos de asentimiento, su satisfacción de cómo se estaba desarrollando el evento.

Más retirados de los grandes depredadores, ya en tercera fila, estaban las esterillas con las hienas y los mandriles, que, riendo fuerte y criticando por lo bajo esperaban su oportunidad de aprovechar los descuidos de los grandes depredadores para recoger sus sobras.

En esta representación hay quien no descansa, las doncellas disfrazadas de ardillas que, nerviosas y simpáticas, con las orejas inhiestas y ojos despiertos, están dispuestas para percibir las sutiles señales del pavo real o  de los grandes depredadores para acudir prestas a resolver cualquier problema y sofocar cualquier amago de incendio que aparezca en la representación.

Uku-uku y yo, mimetizados con el paisaje, disfrazados de lagartos, y absortos en nuestra conversación, no despertamos hasta que el pavo real hizo su discurso de despedida — Hasta el año próximo, dijo.

En ese momento, el hechicero, con la piel de rey de la sabana sobre él, subió al estrado y, con un discurso de gran porte, para dejar clara su superioridad sobre el pavo real, dio por concluido el acto. En ese momento, todos los animalitos nos levantamos de las esterillas, perdimos parte del formalismo y, sin olvidar nuestro lugar en la jerarquía,  intercambiamos lugares para sonreírnos, saludarnos y mostrar nuestro deseo de vernos en otras ocasiones menos formales. 

El representante de los jóvenes futboleros, mimetizado en Búho, que había estado muy atento a cuanto pasaba a su alrededor, aprovechaba la oportunidad para hacer contactos con aquellos jefes que ,en su opinión, no estaban haciendo, en sus respectivas tribus, todo lo necesario para apoyar ese deporte que él promueve.


jueves, 8 de noviembre de 2012

La manta religiosa

Soy una manta religiosa ¿Como he llegado a esta situación? A nadie de mi familia le había pasado antes. Mi madre, una manta zamorana, siempre dispuesta a dar calor suave y acogedor a toda la familia. Mi padre, una recia manta palentina, especializada en proteger pastores bajo la lluvia y el frío en las crudas noches de invierno. Incluso mis primas, que han venido de Sudamérica con sus alegres colorines y que me dicen que son "ponchos" - nunca había oído esa palabra - antes de conocerlas a ellas, y yo, mírame, aquí, abrigando las piernas de esta viejecita que todas las tardes reza sobre mí el rosario. De tanto rozarme una y otra vez con las cuentas me he aprendido de memoria todos todos los misterios. Cuando estoy sola, rezo y rezo por la viejecita ¿Donde me llevarán cuando mi amiga deje de rezar el rosario sobre mí?