Adolfo Hernández era un tipo
solitario y contradictorio. Recién jubilado, vivía en un barrio de clase media,
era más bien bajo, tenía el pelo canoso y vestía de forma convencional. Cumplía
con las obligaciones de su religión católica, pero era fácil oírle defender
posturas políticas que atacaban a los estamentos religiosos. Era simpatizante
de organizaciones que defendían la igualdad entre los seres humanos, pero no
creía que fuesen ellas las que pudieran conseguir esa igualdad. No estaba de
acuerdo con el sistema, pero rechazaba a aquellos que querían destruirlo. Se le
podía ver saludando gente en su barrio y charlar animadamente con ellos, pero
no se le conocía intimidad con nadie y, en una conversación, siempre encontraba
argumentos para rebatir las opiniones de sus oponentes. En resumen, era un
“plantéame lo que quieras, que te lo voy a discutir”. No se le conocían
enemigos; más bien lo contrario, aunque no todo el mundo que lo conocía lo
aceptaba tal como era.
Según me contó en algunas de nuestras conversaciones,
durante su trayectoria profesional, su actitud independiente ante las luchas de
poder, le había ocasionado algunos problemas al no apoyar a cualquiera de los
bandos que se lo disputase. Siempre reservado, conmigo, a veces, tenía algún
descuido.
Con su recién estrenada
jubilación, decidió tomarse unas vacaciones, y se fue a Túnez. Pasaron los
días, algunas semanas, y no volvió. En el barrio, casi nadie percibió su falta:
el conserje de la finca, algún vecino…― Como nunca daba explicaciones…―. Quizás
había decidido cambiar de residencia, o hacer un largo viaje, ahora que se
había jubilado tal vez hubiera sentido añoranza de ellos. Más de una vez se le
había oído hablar de sus viajes por el extranjero…quizás solo yo le echaba
realmente de menos.
En una ocasión pregunté por él
al conserje de su casa. No sabía nada, solo que no había vuelto de un viaje para
el que partió; el coche seguía aparcado en la plaza de garaje y él, no tenía
ningún punto de contacto con alguien de su familia ― si es que la había ―.
Tenía las llaves de su piso, que nadie había reclamado, y sabía que el importe
de la cuota de comunidad era puntualmente pagado… Como si se lo hubiera tragado
la tierra…
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