domingo, 4 de marzo de 2018

Túnez I


Adolfo Hernández era un tipo solitario y contradictorio. Recién jubilado, vivía en un barrio de clase media, era más bien bajo, tenía el pelo canoso y vestía de forma convencional. Cumplía con las obligaciones de su religión católica, pero era fácil oírle defender posturas políticas que atacaban a los estamentos religiosos. Era simpatizante de organizaciones que defendían la igualdad entre los seres humanos, pero no creía que fuesen ellas las que pudieran conseguir esa igualdad. No estaba de acuerdo con el sistema, pero rechazaba a aquellos que querían destruirlo. Se le podía ver saludando gente en su barrio y charlar animadamente con ellos, pero no se le conocía intimidad con nadie y, en una conversación, siempre encontraba argumentos para rebatir las opiniones de sus oponentes. En resumen, era un “plantéame lo que quieras, que te lo voy a discutir”. No se le conocían enemigos; más bien lo contrario, aunque no todo el mundo que lo conocía lo aceptaba tal como era.
Según me contó en algunas de nuestras conversaciones, durante su trayectoria profesional, su actitud independiente ante las luchas de poder, le había ocasionado algunos problemas al no apoyar a cualquiera de los bandos que se lo disputase. Siempre reservado, conmigo, a veces, tenía algún descuido.

Con su recién estrenada jubilación, decidió tomarse unas vacaciones, y se fue a Túnez. Pasaron los días, algunas semanas, y no volvió. En el barrio, casi nadie percibió su falta: el conserje de la finca, algún vecino…― Como nunca daba explicaciones…―. Quizás había decidido cambiar de residencia, o hacer un largo viaje, ahora que se había jubilado tal vez hubiera sentido añoranza de ellos. Más de una vez se le había oído hablar de sus viajes por el extranjero…quizás solo yo le echaba realmente de menos.
En una ocasión pregunté por él al conserje de su casa. No sabía nada, solo que no había vuelto de un viaje para el que partió; el coche seguía aparcado en la plaza de garaje y él, no tenía ningún punto de contacto con alguien de su familia ― si es que la había ―. Tenía las llaves de su piso, que nadie había reclamado, y sabía que el importe de la cuota de comunidad era puntualmente pagado… Como si se lo hubiera tragado la tierra…

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