El bote, batido por el oleaje, amenazaba con zozobrar. Éramos demasiados.
─Este gordo ocupa demasiado sitio, dije, en voz baja,
a mi compañera de banco, que asintió con gesto
cómplice.
La noche llegó y las olas seguían azotando
el bote, cada vez con más violencia. El gordo, junto a la borda, no podía
resistir el sueño y se bamboleaba. Con una pequeña ayuda a la ola, el gordo desapareció.
De inmediato, el bote ganó
en estabilidad y el señor del pelo blanco nos agradeció, con una sonrisa, el
poder estar más cómodo en el nuevo espacio.