miércoles, 26 de agosto de 2015

EL golpista II

Más tarde, tras varios intentos, conseguí hablar con Elisa en su casa. Vivía en el centro de la capital y estaba aterrorizada.

— Hay Miguel, — me dijo —. Gracias que oigo su voz. Aunque lo he intentado no he conseguido contactar con usted; no entran llamadas al hotel desde el exterior. Estoy  muy asustada — siguió —. He tenido que colocar colchones en las ventanas para que no entrasen las balas y pudiesen herir a mis hijos. En los alrededores del palacio presidencial la revuelta ha sido muy fuerte; estaba muy preocupada por usted.

Nunca antes la había notado tan alterada. Elisa era una mujer de gran carácter: alegre, optimista, magnífica vendedora y una buena directora de la agencia que representaba, en el país, a la multinacional norteamericana que me había contratado.

— Elisa, no se preocupe — le dije tratando de tranquilizarla —. En la embajada española me han informado que esta intentona será muy breve y que el problema quedará resuelto esta misma tarde.

—Ya, Miguel, — me dijo —. Pero es la segunda vez que sucede en este año. Ojala tenga usted razón.

A media mañana, El Presidente de la república apareció en un canal de televisión:

— «Ciudadanos, el golpe dirigido por los seguidores del teniente coronel Chávez ha fracasado. Las fuerzas leales al gobierno han sofocado la revuelta y recuperado el repetidor de televisión desde el que los rebeldes emitían su video subversivo. Todo vuelve a la normalidad y los culpables serán castigados».

Para generar calma en la población, trató de minimizar la importancia de los hechos, aunque sí dijo que fuerzas leales al gobierno seguían luchando contra algunos focos de resistencia de los rebeldes.

Esta aparición del Presidente aclaró el misterio de la aparición del teniente coronel Chávez. Los rebeldes habían tomado durante la noche un repetidor de T.V., y habían colocado el video que yo había visto, que todo el mundo había visto, y que se reproducía en todos los canales. El Teniente coronel Chávez seguía en prisión. El golpe había fracasado pero, ¿si Chávez seguía en prisión, quién lo dirigía?

Cuando, después de oír estas noticias, empezaba a tranquilizarme, a través de la ventana de mi habitación del hotel pude ver a un grupo de soldados, atrincherados, cuerpo a tierra, disparando contra el aeropuerto militar de La Carlota, que estaba a no más de cuatrocientos metros de allí, sólo les separaba una avenida; entonces entendí la recomendación del funcionario de la embajada de no abandonar el hotel pero, ¿no acababa de decir el Presidente que el problema estaba resuelto? Minutos más tarde pude oír un gran estruendo causado por lo que, más tarde me enteré, fue la caída de un avión que había sido derribado sobre las pistas de ese aeropuerto militar.


martes, 18 de agosto de 2015

El golpista

Me levanté con el tiempo justo, como siempre. Era viernes y, más que en el día de trabajo que me esperaba, pensando en lo que hacer ese fin de semana. Desde que trabajaba como consultor free lance para la multinacional norteamericana, mis trabajos en Sud América me daban la oportunidad de hacer turismo como nunca antes había sospechado. No sé por qué, esa mañana, al ir del dormitorio al baño, se me ocurrió conectar la televisión. La imagen que vi, me dejó helado a pesar de la temperatura ambiente. El teniente coronel Chávez, sentado tras una gran mesa y con tres “gorilas” tras él, portando fusiles de gran calibre, soltaba una soflama — «El honor y la dignidad de la nación no pueden soportar....». Cambié de canal y... ¡lo mismo! Nerviosamente, pulsé tecla tras tecla... La misma imagen aparecía en todos los canales. No cabía duda, durante la noche se había producido un golpe de estado y, por lo que podía ver, había triunfado.

Por otra parte, algo no encajaba. El teniente coronel Chávez estaba en prisión desde febrero de ese mismo año, por otro intento de golpe ¿Cómo podía aparecer en la televisión lanzando soflamas?

No podía hacer otra cosa y decidí bajar al restaurante a tomar mi desayuno. Estaba más vacío que de costumbre y con una media luz mortecina. Los camareros apenas hablaban y se notaba el ambiente pesado, pero nadie mencionó nada sobre el golpe. Cuando acabé de desayunar, subí a la habitación y empecé a hacer llamadas telefónicas: a la oficina del cliente, a la de Elisa..., nadie respondía al otro lado de la línea. En esas circunstancias no tenía sentido salir del hotel y seguí haciendo llamadas que me permitieron hablar con mi familia y con algunos amigos en España, sin problemas. Después traté, tras buscarlos en la guía telefónica que tenía en la habitación, con diferentes números de teléfono de la embajada española, hasta que alguien me respondió:

— Esta usted hablando con la agregaduría militar de la embajada y, sí, ha habido un intento de golpe de estado pero fracasará. Para las cinco de la tarde, más o menos,  habrá terminado.

— Estoy hospedado en el Hotel Tamanaco — respondí —. ¿He de tomar alguna precaución especial?

La voz que oí por el auricular, sonó más alarmada.

— ¡No se le ocurra salir del hotel hasta que el problema esté resuelto! Si lo desea, podemos ponernos en contacto con su familia en España.

— No es necesario — le dije—, ya he podido establecer contacto con ellos. En todo caso, gracias por su ofrecimiento.


Colgué el teléfono, mientras las imágenes del “Caracazo” volvían a mi mente.