domingo, 29 de noviembre de 2015

El golpista - el Caracazo IV

En su recién estrenado despacho de la DISIP, Carlos Guillermo Zubiaurre era informado de la situación por Gutiérrez, su asistente:

 — Mi comandante, se están recibiendo despachos de los gobernadores de los diferentes estados, informando de los graves disturbios que se están produciendo en muchas poblaciones. La TV está transmitiendo imágenes de los saqueos y violencias, la Policía Metropolitana no es capaz de mantener la situación. Incluso, en algunas imágenes, aparecen algunos de sus componentes colaborando con los saqueadores.

— Está bien, Gutiérrez, mantengan la calma, por el momento no podemos intervenir. Voy a Miraflores a Informar al ministro y al presidente. Tenemos que recibir órdenes.

En su camino a Miraflores, Zubiaurre no podía sino maldecir la situación: En un alarde de confianza, el ministro de defensa del nuevo gobierno le había designado como un alto cargo, de la DISIP con el beneplácito del presidente. Aún no había tenido tiempo de organizar el departamento con hombres de su confianza, salvo Gutiérrez, y se iba a tener que enfrentar a una revuelta contra el nuevo gobierno. Revuelta, que tenía todos los ingredientes de las que habían hecho la historia de Venezuela.

Cuando llegó al Palacio presidencial el gobierno estaba reunido. Inmediatamente del anuncio de su llegada, fue admitido a la reunión.


— Pase y tome asiento, Zubiaurre, vamos a necesitar de la intervención de sus fuerzas para sofocar las revueltas, — dijo el ministro de la Defensa. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

El golpista - El Caracazo III

En la habitación de mi hotel veía como, desde cualquier canal de TV, los noticiarios  informaban en directo de estos hechos con imágenes que nunca antes había visto:
— «Disturbios en Guarenas, en Municipio Vargas, En Valencia, en Mérida, en Barquisimeto…» «Los ciudadanos están tomando las calles y el desorden y la violencia se están adueñando de las poblaciones…» Estaba viviendo algo con lo que no contaba cuando empecé a viajar a Sud América, pero que, desde entonces, había visto fraguar día a día, y decidí salir a la calle a contemplar, en directo, como se desarrollaba una situación de inestabilidad política que ya se anunciaba en la prensa tras el anuncio de medidas económicas hecho por el presidente de la república.

«La oposición derrotó a AD en Diputados al discutirse la Carta de Intención que se firmará con el FMI»; «Las medidas tendrán un efecto superinflacionario». «COPEI se opone a las medidas económicas»… «El Bolívar se ha depreciado, en pocos días, más del 900%»”.  «Venezuela suspende pagos de deuda externa privada».  «Prohíben importar bienes suntuarios». «El Congreso no debería aprobar la Carta de Intención». «Sin clases seis millones de estudiantes»…

El gran viraje anunciado por el presidente de la república, estaba en marcha, pero, también, algo con lo que, al parecer, no contaba, la reacción popular contra las medidas económicas pactadas con el FMI. Para los habitantes de los ranchitos de todos los municipios pobres de Caracas, las noticias que estaban recibiendo fue el pistoletazo de salida; en pocos minutos, la rabia contenida tanto tiempo se liberó y de los cerros que flanquean Caracas, multitudes de desheredados, armados con palos y armas blancas, comenzaron a descender hacia el centro de la ciudad. Nada iba a detener su furia.


 — ¡Bajemos a la Capital! ¡Hoy vamos a conseguir de ella todo lo que durante tanto tiempo nos ha negado!... Sus vecinos, atendiendo la arenga de Juan de la Cruz Oribe, le siguieron hacia el centro de la ciudad.

domingo, 15 de noviembre de 2015

El golpista - El Caracazo II


En Guarenas, Alberto Javier Zecoto llegó a la estación de autobuses cerca del mediodía para coger una guagua que le llevase a la capital. Los que habían llegado al lugar antes que él estaban discutiendo con los conductores que, al pie de los autobuses, no les dejaban subir a ellos. La multitud que se había acumulado, gritaba enardecida y parecía dispuesta a linchar a los conductores.

— ¡Estos pendejos pretenden cobrarnos más del 30% de aumento autorizado por el gobierno y no lo vamos a tolerar! ¡Ya es excesivo lo autorizado y a ellos no les parece suficiente! — respondió, a gritos, uno de los más exaltados, a la pregunta de Alberto Javier.

Más y más gente se acumulaba. La guardia nacional no era capaz de controlar a la multitud y un  autobús empezó a arder, la situación amenazaba con salirse de control… En medio del tumulto, el gobernador del estado hizo acto de presencia tratando de poner paz en la situación y de hacer que la lay se cumpliese, pero las empresas cooperativas de transporte no cedían en su objetivo de aumentar el importe del viaje.

— ¡La subida autorizada por el gobierno no es suficiente para compensar la subida del precio de la gasolina, repuestos, neumáticos y cualquier otra vaina, vigente desde ayer!... — Era la respuesta de los responsables de las líneas de transporte.

— ¡No se va a tolerar este desorden! ¡La guardia nacional va a actuar! ¡Vuelvan ustedes a sus casas! ¡El gobierno les garantiza que se aplicará la subida legal!... Las palabras del gobernador del estado se las llevaba el viento sin que nadie las atendiese y el tumulto arreciaba.


— ¡No vamos a soportar por más tiempo esta situación! — Gritó Alberto Javier —,  poniéndose al frente de los manifestantes que se organizaron para marchar hacia el centro de Caracas.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El golpista - El Caracazo I

— El pendejo del presidente está complicando las cosas de día en día. Le elegimos hace dos meses apenas, con la esperanza de que pudiera mejorar la situación y vamos a  peor a toda marcha. La semana pasada en la televisión ha hablado de cosas que no entiendo: del FMI, de reducir el déficit fiscal al 4 %, de eliminar aranceles de importación, de unificar la tasa cambiaria, qué sé yo…, lo único que he entendido es que va a subir el precio de la gasolina y que va a liberar los precios de todos  los productos ¿Qué vaina es esa de “liberar”?

Juan de la Cruz Oribe, mientras decía a su mujer lo que estaba rumiando hacía días, desesperado, no paraba de dar vueltas por el “salón”  de su ranchito, uno de los miles que atiborraban las laderas que parecen atenazar Caracas. En realidad, el salón, era el único lugar donde podía hacerlo, y con limitaciones; su gran estatura llenaba la estancia y en dos de sus zancadas llegaba al otro extremo de la habitación. Su mujer tenía que apartarse para dejarle paso. Ni la pequeña cocina, llena con los pocos cachivaches de que disponían, ni el dormitorio, por el que no se podía dar un paso que no fuese a la “pata coja”, para no pisar los jergones en los que dormían sus dos hijos, antes de llegar al que compartía con su mujer, Tibisay, podían permitirle ese mínimo desahogo.

Tibisay le miraba en silencio y con la preocupación pintada en su rostro. Ella era como la india de la leyenda: «Esbelta como la flexible caña del maíz, de color trigueño, ojos grandes y melancólicos y abundoso cabello»; no encajaba en este ambiente tan degradado; por ello, todos los hombres de los ranchitos del barrio envidiaban a Juan de la Cruz desde su llegada, con su familia, tras dejar su pequeño pueblo, Acevedo, para construir el pequeño ranchito que les permitiese estar cerca de la gran capital y aprovechar las oportunidades que ésta les pudiera ofrecer.

Desde la puerta de su ranchito, Juan de la Cruz contemplaba su entorno. Parecía un milagro de equilibrio el que mantenían los ranchitos colgados de la ladera. Construidos sobre la pura tierra, apenas sin cimientos, las costillas de ladrillo al aire, con enganches ilegales a la red eléctrica y antenas de TV sobre la mayoría de los tejados, con pilares agarrados, como garfios, a la inestable tierra… En más de una ocasión, en temporada de lluvias, algunos de los ranchitos rodaban, ladera abajo, arrastrando con ellos a sus habitantes. Los corrimientos provocados por las lluvias liberaban a la tierra de los garfios que la herían, y cuando esto pasaba, a los pocos días, nuevos ranchitos ocupaban el lugar de los desaparecidos. Los equipos de socorro apenas habían conseguido llegar a prestar su ayuda en esas circunstancias pero, cuando había alguna algarada, la policía no encontraba problemas para llegar allí, registrar ranchitos y detener a los sospechosos.

En los últimos tiempos, el ambiente en el barrio se había hecho más denso. Encontrar  trabajo era cada día más difícil. Incluso para sus ocupaciones habituales en la economía sumergida. Los subsidios escaseaban, el precio del transporte y de los alimentos subía y las declaraciones del presidente no animaban al optimismo. Juan de la Cruz y sus vecinos rumiaban su infortunio y se planteaban soluciones en las que el respeto a la legalidad era un detalle superfluo. Algo sobre lo que pasaban de puntillas.


domingo, 1 de noviembre de 2015

El golpista - La fuga IV

Agotado por todo un día de carreras, escondiéndose ante la aparición de cualquier cosa que pareciese un uniforme, cubierto de mugre y de sudor, sin  haber podido comer durante su huida, Juan de la Cruz llegó a su ranchito y lo encontró vacío; la noche ya cubría los cerros y tampoco veía a nadie por las casas vecinas, el barrio parecía desierto. Como no quería que nadie supiese que estaba allí decidió no encender la luz. Rendido, se tumbó en su jergón. Llegó a él, pisando, en su torpe caminar, los de sus hijos.

***

Tibisay y el resto de las mujeres volvieron agotadas y con la desesperanza en su rostro. Todo el día ante la puerta del retén no había servido para conocer ninguna noticia de los reclusos. Sólo las palabras de los guardianes: « No pasa nada, todo está tranquilo, vuelvan a sus casas…» martilleaban su cabeza  y no podía borrar de la mente su sonrisa cínica que no hacía sino confirmar el sentimiento de que allí dentro estaba pasando algo terrible. Cuando entró a su ranchito encontró a Juan de la cruz, durmiendo, boca abajo en el jergón.

— Juan —dijo, ahogando un grito —.

Pasado el primer momento de sorpresa y temor se lanzó sobre él.

— Mi amor ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo estás aquí? Cuéntame…Sin recibir ninguna respuesta se acostó junto a él, y lo besó, y lo abrazó, y tan rendida como él, se durmió con una sonrisa en sus labios. La que había perdido hacía ya tres largos años.