miércoles, 7 de marzo de 2018

Túnez III


― El viaje desde Madrid fue tedioso y largo. El avión, hacía una escala en Barcelona antes de llegar a Túnez. Allí, entre otros pasajeros, subieron al avión dos de ellos que resultaron ser hermanos. Uno se sentó junto a mí, mientras el otro, un hombre más grueso, se sentaba, en paralelo a él, al otro lado del pasillo. Ambos vestían bien aunque el primero tenía más elegancia personal. El tiempo de espera hasta que el avión partió de nuevo se hizo largo y, como en todos los aviones, el espacio, estrecho. Mi compañero de asiento, el recién llegado, se presentó, me dio una tarjeta profesional y trató de iniciar una conversación.
Según decía su tarjeta, se llamaba Omar y era arquitecto. Me contó que había venido a Barcelona por motivos profesionales y, ahora, volvía a su país, junto con su hermano, que se llamaba Hafed. Se presentó como un buen musulmán, observante de las normas del Corán, casado, con dos hijos que, junto con su mujer, estarían esperándole en el aeropuerto de Cartago. A su hermano lo presentó como a alguien que se saltaba los ritos religiosos, que bebía alcohol, que fumaba y que tenía un negocio de material eléctrico. La conversación se estaba desarrollando en inglés, como idioma común para ambos, aunque yo,  disto de ser un buen conocedor del mismo. En un momento de la charla, Omar me preguntó por el lugar al que iba y por el motivo de mi visita a Túnez.
― Voy a Hammamet y es un viaje de vacaciones, me acabo de jubilar ― le respondí.
― ¿Y cómo piensa llegar desde el aeropuerto a Hammamet? ― preguntó Omar
― En taxi, supongo ― le dije.
― Eso le va a resultar muy caro, hay bastante distancia, unos setenta Km. ― dijo Omar.
― Puede ser ― le dije ―, pero no conozco otra manera.
Omar se volvió hacia su hermano que, al otro lado del pasillo, no había intervenido en la conversación y habló algo con él. Cuando acabó, se volvió de nuevo hacia mí.
― Mi hermano me dice que, en Túnez, hay una estación de autobuses de donde salen algunos hacia Hammamet. El taxi hasta la estación le será mucho más barato ― me dijo Omar.
― Seguramente, pero yo no conozco Túnez y no sabría cómo llegar hasta esa estación ― le dije.
Omar volvió a tener un conciliábulo con su hermano y, de vuelta, me trasladó unas instrucciones que no entendí. Sin atreverme a continuar con la conversación, decidí seguir con mi idea inicial de tomar un taxi hasta Hammamet. Al cabo de un rato, los hermanos volvieron a mantener una conversación entre ellos. Al finalizarla, Omar se dirigió se nuevo a mí.
― Mi hermano dice que es usted un hombre afortunado; que él, se ofrece a llevarle a usted a la estación de autobuses ― me dijo.
― Como ves, el tema se estaba complicando; por un lado, parecían ser unas personas muy amables, pero a las que no conocía de nada. Si no aceptaba, iba a parecer descortés, pero, si aceptaba, me ponía en sus manos.
― Gracias ― acerté a decirle.
― Durante el resto del viaje, Omar me siguió contando cosas sobre Túnez. Lo presentó como un país muy avanzado en relación con otros países musulmanes: la educación era mixta e igual para niños y niñas…El país había sido gobernado por Habib Burguiba, el héroe de la independencia, durante décadas  hasta que, en 1987, su primer ministro Ben Ali le había depuesto por motivos de senilidad… Finalmente el avión aterrizó en el aeropuerto y allí se presentó un nuevo “conflicto”. Omar se dirigió a mí:
― Como le dije, mi hermano consume alcohol y trae algunas botellas. Le pide, por favor, que usted se las pase por la aduana; como extranjero, no tendrá problemas.
― Pensé que ahora sí me había caído con todo el equipo al ver aparecer a Hafed con algunos botellones de varios litros cada uno ¿Cómo iba a pasar todo eso? Y, si el alcohol no estaba permitido para los musulmanes ¿Cuál podía ser la pena por llevarlo al país?
― Menudo “embolao” ― dijo mi amigo ― mientras daba buena cuenta de los frutos secos y del té.
― Ante mi sorpresa, al pasar la aduana, Omar dijo algunas palabras al guardia señalándome y éste no pareció ver el equipaje ni las botellas; había pasado sano y salvo.
Como había dicho Omar, su mujer y sus hijos le estaban esperando en el Hall del aeropuerto, me los presentó y me dijo:
― Yo vivo en una urbanización cerca del aeropuerto y mi hermano tiene allí guardado su coche. Así es que usted nos acompañará y mi hermano le llevará a la estación de autobuses cuando recoja su coche.
― Cada momento que pasaba estaba más intranquilo, te lo puedo asegurar. Me sentía en medio de un proceso en el que no podía tomar ninguna decisión. No me quedaba más remedio que dejarme llevar.
El coche con el que había ido la mujer de Omar a buscarle era un pequeño utilitario, a duras penas cabíamos los pasajeros. Fue necesario alquilar una pequeña camioneta para llevar en ella los equipajes y a Hafed con ellos. Cuando llegamos a la urbanización en la que vivía Omar, en un chalet adosado de dos plantas, de un blanco deslumbrante, bajaron los equipajes de la camioneta y Hafed desapareció dentro de la casa. Al cabo de unos minutos reapareció saliendo del garaje montado en un Renault 505 de gas-oíl, en el que me dijo que subiese. Al despedirme de la familia de Omar, éste, me dijo:
― Tiene el número de teléfono de mi oficina en la tarjeta. Llámeme para contarme cómo le va su estancia en Túnez… La amabilidad personificada.
― Veinte minutos más tarde, Hafed me dejó a la puerta de la estación de autobuses sano, salvo y tremendamente sorprendido, después de despedirse de mí con tres besos en las mejillas como debía mandar el rito musulmán.

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