Una vez allí, me encantó su
tipo de arquitectura, con sus tortuosas calles empedradas, con todas las casas
encaladas de blanco, con puertas y ventanas pintadas de azul, como las celosías...,
me interesó más cuando la guía nos contó que, ésta, fue una tradición que llevaron
a Túnez los moriscos andalusíes que llegaron de España y que, en 1912, el barón Rodolphe d’Erlanger,
estableció como una obligación para mantener la personalidad de la ciudad.
Entre las visitas, una fue a una pequeña fábrica artesanal en el que, mujeres
muy pequeñas ― se las podía catalogar de enanas ―, manejaban, con gran
habilidad, antiguos telares de donde salían unos preciosos tapices
multicolores. Parecían muy felices de mostrar su habilidad en el manejo de
aquellos artefactos y sonreían continuamente. A la salida, nos obsequiaron con
un excelente té a la menta. Allí, mientras tomábamos el té, volví a tener la
inquietante sensación de que alguien me espiaba, pero ¿por qué tenía que ser a
mí precisamente? Como por la mañana, decidí hacer caso omiso de esa maldita
sensación y, un rato más tarde, el autobús de la excursión volvía a Hammamet para
dejarnos en los hoteles.
― Pero ¿qué te hacía sospechar que te espiaban? No parece lógico ― dijo
mi amigo ―,
― De eso trataba de convencerme, pero no podía dejar de sentir esa
sensación. Como al día siguiente no tenía contratada ninguna excursión, pasé el
día disfrutando de las instalaciones del hotel y tomando el sol en el jardín,
junto a la playa, en un lugar resguardado del viento.
La siguiente excursión me llevó a la gran mezquita de Kairuán. La guía
nos contó que era considerada por los musulmanes como la más prestigiosa del
Magreb, y también, la más antigua del Occidente musulmán. Me sorprendió su
extraordinario estado de conservación, a pesar de que, a primera vista, en el
exterior, el material predominante parecía ser el ladrillo de barro, aunque
había resistido muy bien el paso del tiempo. Una vez en el interior del gran
patio central, después de admirar el alminar, di una vuelta completa bajo las preciosas
arquerías que circundaban el patio, y que daban acceso a las diferentes
estancias, Decidí entrar en una de ellas, al azar. No supe cuál fue mi
equivocación, o si pretendí introducirme en algún lugar prohibido a los
infieles, pero, del interior en penumbra, surgió un grito, como de repulsa, en
cuanto puse un pie en el umbral de la puerta. Fue de tal intensidad, que me
hizo dar un paso atrás y que me quitó las ganas de entrar en ningún otro
habitáculo de la mezquita.
Una vez terminada la visita a Kairuán, la excursión siguió su camino en
dirección a Monastir, cuna de la familia Burguiba. Allí, lo más espectacular
que encontré fue el extraordinario mausoleo dedicado a Habib Burguiba. Me
pareció algo extraordinario, pero excesivo para una persona. Está claro que
Burguiba había sido el líder de la independencia de Túnez pero, en mi opinión,
ese hecho no justificaba una construcción de esa dimensión ni con esa
abundancia de riqueza. Volví a Hammamet con un cierto mal sabor de boca...
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