sábado, 10 de marzo de 2018

Túnez V


Una vez allí, me encantó su tipo de arquitectura, con sus tortuosas calles empedradas, con todas las casas encaladas de blanco, con puertas y ventanas pintadas de azul, como las celosías..., me interesó más cuando la guía nos contó que, ésta, fue una tradición que llevaron a Túnez los moriscos andalusíes que llegaron de España y que, en 1912, el barón Rodolphe d’Erlanger, estableció como una obligación para mantener la personalidad de la ciudad.
Entre las visitas, una fue a una pequeña fábrica artesanal en el que, mujeres muy pequeñas ― se las podía catalogar de enanas ―, manejaban, con gran habilidad, antiguos telares de donde salían unos preciosos tapices multicolores. Parecían muy felices de mostrar su habilidad en el manejo de aquellos artefactos y sonreían continuamente. A la salida, nos obsequiaron con un excelente té a la menta. Allí, mientras tomábamos el té, volví a tener la inquietante sensación de que alguien me espiaba, pero ¿por qué tenía que ser a mí precisamente? Como por la mañana, decidí hacer caso omiso de esa maldita sensación y, un rato más tarde, el autobús de la excursión volvía a Hammamet para dejarnos en los hoteles.
― Pero ¿qué te hacía sospechar que te espiaban? No parece lógico ― dijo mi amigo ―,
― De eso trataba de convencerme, pero no podía dejar de sentir esa sensación. Como al día siguiente no tenía contratada ninguna excursión, pasé el día disfrutando de las instalaciones del hotel y tomando el sol en el jardín, junto a la playa, en un lugar resguardado del viento.
La siguiente excursión me llevó a la gran mezquita de Kairuán. La guía nos contó que era considerada por los musulmanes como la más prestigiosa del Magreb, y también, la más antigua del Occidente musulmán. Me sorprendió su extraordinario estado de conservación, a pesar de que, a primera vista, en el exterior, el material predominante parecía ser el ladrillo de barro, aunque había resistido muy bien el paso del tiempo. Una vez en el interior del gran patio central, después de admirar el alminar, di una vuelta completa bajo las preciosas arquerías que circundaban el patio, y que daban acceso a las diferentes estancias, Decidí entrar en una de ellas, al azar. No supe cuál fue mi equivocación, o si pretendí introducirme en algún lugar prohibido a los infieles, pero, del interior en penumbra, surgió un grito, como de repulsa, en cuanto puse un pie en el umbral de la puerta. Fue de tal intensidad, que me hizo dar un paso atrás y que me quitó las ganas de entrar en ningún otro habitáculo de la mezquita.
Una vez terminada la visita a Kairuán, la excursión siguió su camino en dirección a Monastir, cuna de la familia Burguiba. Allí, lo más espectacular que encontré fue el extraordinario mausoleo dedicado a Habib Burguiba. Me pareció algo extraordinario, pero excesivo para una persona. Está claro que Burguiba había sido el líder de la independencia de Túnez pero, en mi opinión, ese hecho no justificaba una construcción de esa dimensión ni con esa abundancia de riqueza. Volví a Hammamet con un cierto mal sabor de boca...

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