lunes, 5 de marzo de 2018

Túnez II


¿Habían pasado dos años? ¿Tres? No pude precisarlo en ese momento pero, un día, cuando ya no pensaba en él, no al menos con tanta frecuencia como al principio de su desaparición, me lo encontré en la calle. Me costó trabajo reconocerlo, y no sé si él me hubiera reconocido a mí si no le hubiese tocado en el brazo. Iba como absorto, mirando muy lejos, con unos ojos que parecían aún más claros de como siempre los había tenido; mucho más delgado, con el pelo completamente blanco y muy moreno. No el moreno de tres semanas de playa, un moreno introducido hasta lo más profundo de su piel, un moreno que ya no se le iba a quitar aunque nunca más volviese a darle el sol. Vestía una sahariana de manga corta y un pantalón, muy amplios, que resaltaban más su extrema delgadez. Cuando me reconoció no dijo nada. Solo sonrió de una manera suave y me dio un abrazo largo, tierno, silencioso. Creo que estuvimos así algunos minutos, sin intercambiar palabra. Cuando acabó nuestro saludo, me dijo:
― Tengo muchas cosas que contarte, pásate mañana por la tarde por mi casa.
No me dijo más ni yo me atreví a preguntarle; siguió con su paseo, mirando lejos, como si no le interesase nada de lo que tenía a su alrededor.
Al día siguiente me recibió vestido con un kaftan de color claro. Era evidente que durante el tiempo en el que había estado desaparecido se había aficionado a las ropas amplias y cómodas. Adiós a la ropa convencional, perecía decir su imagen. Su sonrisa irradiaba paz y un cierto halo de melancolía. Daba la sensación de estar sin estar, como de vivir en otro mundo.
― Que bien tenerte de nuevo aquí ― le dije ― había, habíamos perdido la esperanza de volver a verte. No me lo podía creer cuando te vi de nuevo ayer.
― No hace falta que seas hipócrita. No creo que nadie me haya echado mucho de menos, ni mi familia ― la poca que tengo ―. De todas maneras, nada de eso es importante. Han sido tres años muy duros, en los que me han sucedido cosas en las que nunca hubiera podido pensar.
― Pero, dime ¿qué te pasó? Te ibas para un viaje de unos pocos días y has vuelto tres años más tarde y, en este tiempo, nadie parece haber sabido nada de ti.

― Ya. No sé si recuerdas, quizás ni te lo dije, que me fui a Túnez. Allí, durante la excursión a Matmata, un grupo de guerrilleros de GSPD, la Al Quaeda del Magreb, ― esto lo supe más tarde ― me secuestró ¿Por qué? Nunca supe por qué me eligieron a mí, al resto de turistas que me acompañaban ni los tocaron. El hecho es que me vi envuelto en algo que, ni remotamente, había pensado. Pero, perdona mi falta de hospitalidad ¿quieres tomar algo? He preparado un té moruno. Espero que sea de tu agrado. He tenido mucho tiempo para aprender a hacerlo bien.
Entonces reparé que en la mesita del salón, había un servicio de té con platitos de exquisiteces de la cultura árabe: dátiles, dulces, almendras…
― Que bien, no sabes lo que me gustan todas estas cosas ― le dije.

Una vez que sirvió el té, Adolfo empezó su relato, no sin antes remarcarme el carácter ritual que este acto tiene para los habitantes del Magreb...

No hay comentarios:

Publicar un comentario