viernes, 9 de marzo de 2018

Túnez IV


Sin acabar de salir de mi sorpresa, entré en una estación de autobuses caótica. Los autobuses eran, en realidad, furgonetas para no más de seis u ocho pasajeros que no tenían horario prefijado de salida. Me subí en una de ellas que, en cuanto se llenó, salió disparada hacia Hammamet. La primera etapa del viaje la estaba realizando por el costo equivalente de un euro debido a la ayuda que me habían prestado Omar y su hermano. Ese recorrido, más o menos de una hora, en un taxi, me habría costado muchísimo más.
Pude ver que, llegando a las cercanías de Hammamet, el paisaje se iba cubriendo de campos de golf mostrando ser una zona turística de calidad. Quizás, pensé, no había elegido un mal lugar para pasar mis vacaciones. Una vez llegada la furgoneta a su estación de destino, solo había que coger un taxi, para llegar al hotel. Unos minutos más tarde, me estaba registrando en el mostrador de recepción.
Una vez instalado, me puse a recorrer las instalaciones del hotel. Éste disponía de un gran jardín que daba directamente a un trozo de playa que parecía ser privada. Lástima que, por la fecha, la temperatura, a pesar de haber un sol espléndido, era un poco baja para disfrutarla durante mucho tiempo. De todas formas, mi objetivo no era tumbarme en la playa, sino conocer de cerca el país haciendo excursiones y me dirigí a la recepción para ver que opciones me ofrecían en ese sentido. Tras una no muy larga conversación con la señorita representante de la agencia de viajes, reservé tres excursiones: Túnez-Cartago-Sidi Bou Said, Monastir - Gran Mezquita de Kairuán, y Casas trogloditas de Matmata. Con todo esto, pensé, ya tenía cubiertos mis objetivos. Dos días más tarde, inicié la excursión hacia la primera de ellas.
Lo que más me sorprendió en los alrededores de Túnez, en Cartago, fue la falta de restos arqueológicos de la cultura cartaginesa, esperaba ver algunas ruinas de esa época, pero todo lo que había eran restos arqueológicos romanos: mosaicos, columnas… Al parecer, los romanos tuvieron  gran interés en arrasar con cualquier vestigio de la civilización cartaginesa; de borrar de la memoria cualquier elemento que recordase a los que, durante muchos años, habían sido sus enemigos más encarnizados. Tanto, que llegaron a poner en peligro su supervivencia y la supremacía de Roma en las costas mediterráneas. Cuando, finalmente, los derrotaron, arrasaron todo aquello que recordase su cultura.
Disfruté con la visita a la medina de Túnez. Allí se respiraba la verdadera cultura del país, en realidad, de cualquier país musulmán: las callejuelas estrechas, muchas de ellas cubiertas con telas decoradas con dibujos geométricos, llenas de tiendas, con una mezcla de colores y olores que  inundaban los sentidos con sensaciones no vividas hasta ese momento: la maestría en el regateo de los comerciantes, las mezquitas, las madrasas…A pesar de estar viviendo todas estas emociones, nuevas para mí, una sospecha se iba superponiendo a ellas. Me sentía espiado, como vigilado por alguien, pero ¿quién podía tener algún interés en mí en este lugar del mundo? Decidí que mi sospecha no tenía sentido y traté de seguir disfrutando con la visita. Una vez terminado el recorrido por el zoco, la guía nos llevó a comer en un restaurante para turistas antes de ir hacia Sidi-Bou-Said.

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