miércoles, 20 de marzo de 2013

Las Lagunas


Hoy me he levantado con el deseo de reencontrarme con antiguos recuerdos y disfrutar de imágenes y sensaciones ya casi olvidados. Han pasado muchos años. Quiero recorrer, de nuevo, el camino a “Las lagunas”. 

Tras subir a lo más alto de la cuesta del pueblo, veo algo nuevo que rompe el paisaje; más lejos, junto al camino, enormes molinos de generación eléctrica
me impresionan, nunca los había visto tan cerca. Desde lejos parecen  mástiles aparentemente frágiles. Vistos desde la base, son como cíclopes, con su solo ojo y sus enormes brazos girando, intentando apoderarse de  cuanto pase a su alrededor. 

Al acercarme, veo un cartel. No informa sobre la instalación de los molinos, o sobre el uso de la energía eólica, como había supuesto. Explica de la existencia, en el área, de la “Alondra Ricoti”, o de Dupont. Una especie protegida que anida entre estos matorrales raquíticos. No vuela, solo corre. Vive en un área determinada entre las provincias de Soria y Guadalajara. No existe en el resto de Europa.

El permiso para la instalación de los molinos se concdió con la condición de respetar el medio ambiente; el habitat de estas aves. No pueden emitirse ruidos por encima de un cierto nivel y si algún coche llega a la zona, para el mantenimiento de las instalaciones, no puede sobrepasar la velocidad de veinte km/h.

Sigo un camino que a veces se bifurca, o que casi desaparece. Ya pasa poca gente por él. Los brotes de tomillo y romero aromatizan el aire, hoy suave; en invierno ….

Tras una vuelta del camino, encuentro un pastor que conduce su rebaño de ovejas que triscan  las ralas hierbas. Paso cansino. Tienen todo el día. Al menos, hasta que apriete el calor. Nos saludamos.

- Que tal buen hombre, como le va? Parece dura esta vida.

- Sí señor, sobre todo la soledad. Sabe usted, hasta hace poco tiempo me ayudaba el hijo, pero esto es duro y ha decidido dejar el oficio. La mujer le ha convencido.  Se han ido a la capital. Les deseo lo mejor. Para mí se hace más difícil pero, ande voy a ir yo. Aquí llevo ovejas mías y de otros. Ya nadie quiere hacer este oficio.

Nos despedimos. Sigo el camino. La tierra es roja, rota por las piedras que emergen de su entraña. ¿Estarán “Las Lagunas” detrás de la siguiente colina? Pequeños saltamontes chocan contra mi y entre si; parecen interpretar un ballet caótico. Ya me está molestando el maldito espolón calcáneo. 


Al bajar la cuesta encuentro un  arroyo: el “Río Parao”, le llaman. Está seco; como casi siempre, de ahí su nombre. En las tierras de alrededor, manchas moradas de espliego animan el árido paisaje, como los juncos verdes que bordean el cauce del arroyo.

Las teinas que se ven por doquier, están semiderruídas. Los techos de retamas, con agujeros. Las piedras de las paredes, rodadas en algunos puntos. Tiene razón el pastor. Sobran. Ya hay pocas ovejas que guardar.

Subo el siguiente promontorio. Al llegar a lo alto, aparecen. En cinco minutos llego. Un mar de trigo y de flores de manzanilla, que contrastan con el intenso azul del cielo, llena la vista hasta la línea del horizonte.

“Las Lagunas” han permanecido inamovibles y me inunda la paz que transmite el paisaje.

En poco rato he olvidado el dolor del espolón calcáneo… Tengo que desandar el camino para volver a casa.

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