¡Por fin ha pasado!
Nadie había querido hacerme caso. Yo veía lo que iba a pasar, pero nadie más
había querido verlo. Se lo había repetido mil veces a sus hermanas.
─
«Mi
hermano nunca ha estado malo», era la respuesta. Por
la noche, en la cama, oía como le golpeaba el corazón, a veces se paraba, a
veces corría enloquecido. Él no quería darle importancia y seguía adelante,
tenía que ir a la tienda. No se había curado bien la gripe y había vuelto a
trabajar antes de tiempo. En la tienda hace mucho frío. Salió a la peluquería y
volvió con fiebre otra vez. ¿Quién le había mandado ir a acortarse el pelo?
¿Qué prisa tenía? ¿Y ahora voy a hacer sola con la tienda? ¿Y con mi hijo?
Además tengo que
arreglar los papeles de la herencia. No tengo idea de lo que hay que hacer. No
había hecho testamento y sus hermanas intentan dirigirme. Creo que no tienen
razón pero se inmiscuyen en mis cosas y me hacen todo más difícil.
Una familia de abogados,
conocidos de mi hermana Blasa se ha hecho cargo del papeleo y me han ahorrado
todo el trabajo. Los temas legales han quedado claros y mis cuñados han dejado
de acosarme. Mi cuñado, Eugenio, me ayuda, los fines de semana a llevar las
cuentas de la tienda. De todos modos, no supero la situación. No duermo y he
perdido trece kilos de peso. Lidiar con los corredores, los almacenistas, la
sociedad de ultramarinos… Todo lo veo difícil y negro. El dependiente que había
en la tienda, antes de la muerte de mi marido, se ha ido a hacer el servicio
militar. No quiero admitirle de nuevo cuando lo termine porque nunca me ha parecido
trigo limpio, lo que me va a obligar a contratar otra persona.
El abogado que me ha
arreglado los papeles de la herencia, me ha preparado los de la liquidación del
dependiente y ya he podido contratar a otro muchacho; más joven, pero
voluntarioso y trabajador. Creo que he acertado con el cambio.
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