domingo, 18 de octubre de 2015

El golpista - La fuga

Juan de la Cruz y sus compañeros no se atrevían a creer lo que veían, los guardias del retén les estaban abriendo las puertas de las celdas. Hacía rato que la noticia corría por la prisión, Juan de la Cruz, Zecoto, y otros reclusos pasaban las noticias a los corrillos que se formaban y se deshacían de forman espontanea:

«Se ha producido un golpe militar; los seguidores de Chávez han actuado; hay que estar preparados…» Armas que se mantenían ocultas estaban apareciendo: machetes, cuchillos de cocina, herramientas rudimentarias…, y, ahora, los guardias les estaban confirmando la noticia.

— Están ustedes libres, pueden salir, el nuevo gobierno militar los libera.

— Zecoto, compadre, esto me huele mal. Se va a poner bien feo — dijo Orive a su compañero —. Llevamos mucho tiempo pudriéndonos aquí para saber las mañas de estos pendejos. No salgas; no les hagas el juego.

— Pero Juan de la Cruz, esta es nuestra oportunidad; es demasiado tiempo; ya tres años; no lo soporto. Si triunfan los partidarios de Chávez pueden cambiar las cosas y desde fuera podemos ayudar.


En todas las galerías el tumulto crecía. Eran años de hacinamiento en aquel antro en el que estaban encerrados cuatro veces más reclusos de los que su capacidad permitía; de opresión, de injusticia, de abusos de los carceleros corruptos, de esperar un juicio que nunca llegaba, de sentir la miseria de sus familias en los días en que sus mujeres, sus padres, sus amigos, les visitaban. Las cosas, fuera, tampoco mejoraban y ellos seguían allí, con su impotencia y su desesperanza.

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