domingo, 15 de diciembre de 2013

El chico de la hamaca (XXI)

El verano avanza y otros acontecimientos pasan a ser el centro de atención de la calle y de todo el barrio. Las fiestas patronales de la Virgen del Carmen provocan una pequeña convulsión en las personas que aún no han olvidado que aquel barrio era, no hacía mucho tiempo, un pequeño pueblo junto a la capital.  Aún se decía, de forma coloquial  «voy a Madrid»  cuando alguien tenía la necesidad de desplazarse al Centro. La incorporación, como un distrito más a la gran ciudad, había hecho perder parte de la personalidad del barrio, personalidad que parecía recuperarse durante estas fiestas. Farolillos y cadenetas aparecían aquí y allá en distintos puntos del barrio, unos, puestos de manera oficial por el Ayuntamiento, normalmente en las calles  importantes o por donde tenía que pasar la procesión, otros, puestos por comerciantes o particulares para atraer a la gente a determinados lugares, en alguno de ellos podía oírse, por las noches, algún pick-up invitando a los vecinos a bailar en plena calle, aunque esta costumbre estaba cayendo en desuso. El tráfico rodado ponía serias dificultades e interrumpía  con demasiada frecuencia el baile de las parejas. Además, los vecinos que vivían en las inmediaciones de estas improvisadas salas de fiesta y que tenían que madrugar al día siguiente, no estaban muy de acuerdo con la idea y,  más de una vez, manifestaban ese desacuerdo de maneras poco ortodoxas.
Los aficionados al baile concentran ahora sus esfuerzos en la kermés que se monta en el antiguo campo de fútbol del Rayo Vallecano y donde, cada año, se elige a la miss del barrio. En este caso, los vecinos de los alrededores sufren, en grado superlativo, los inconvenientes del ruido, pero a éstos no les queda más recurso que el del pataleo.

El centro de atracción y de reunión del barrio es “el bulevar “. Casi podría decirse que es el único punto del barrio donde parecía haberse detenido un urbanista. Es una extensión entre dos calles, de no más de cuatrocientos metros de longitud en los que unas áreas verdes y algunos bancos lo hacen un lugar  agradable a la vista, y que invita a perder algún tiempo disfrutando de la sombra generosa de los plátanos que son el principal ornamento del pequeño parque y donde, chicos y mayores, pasan ratos de ocio, jugando los unos, y comentando hechos actuales o pasados los otros. Hace algunos años, durante las fiestas de la Patrona, se instalaban tiovivos, tómbolas, y casetas de tiro al blanco y durante la Navidad  un monumental nacimiento. Sólo lo último se sigue haciendo,

La verbena fue la parte de la fiesta que primero cambió. Como en otros muchos sitios de Madrid, las verbenas se convirtieron en algo imposible de mantener en lugares donde el tráfico rodado aumentaba hasta hacer imposible su existencia. Aunque se trataba de encontrar nuevos lugares para ellas, no se conseguía que tuviesen el ambiente que la gente necesitaba para seguir acudiendo y fueron muriendo. La verbena del “Puente de Vallecas”, no fue una excepción.

En cualquier caso, el punto culminante de la fiesta era la procesión con la imagen de la Virgen del Carmen que salía de la Iglesia de San Ramón Nonato y que recorría las calles que durante la mañana habían recorrido los gigantes y cabezudos. Sin duda era la manifestación  más importante de la identidad del barrio cuando aún no era un distrito de la Capital, y que trataba de mantenerse aun cuando, desde 1950, el barrio había sido absorbido  por la gran  urbe en que Madrid se iba convirtiendo.

Ésta incorporación introdujo un cambio sustancial: la necesidad de sustituir el nombre de las calles por razones de duplicidad,  ya existían otras con el mismo nombre en el centro de Madrid. La avenida de José Antonio, por ejemplo, pasó a llamarse avenida del Monte Igueldo; la calle de Los Requemas, pasó a llamarse del Monte Perdido…Todas las calles del barrio recibieron nombres de montes, picos, sierras..., todos los accidentes geográficos de la península ibérica, estuvieron representados en el barrio. Durante mucho tiempo, los vecinos siguieron llamando a las calles por sus nombres antiguos.


Todos estos cambios fueron configurando la nueva fisonomía del barrio. Poco tiempo después, otro cambio, más importante, fue la llegada masiva de inmigrantes de otros puntos de España. 

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