No sé,
murmura Manuela compungida; lo habré olvidado en alguna parte, últimamente no
tengo la cabeza para nada.
─ Necesito
que me digas algo, que me ayudes ─ dice María mirando el cerco que, en la pared, ha dejado la foto de Juan.
En la pequeño habitación hay pocas cosas: dos sillas, una mesa, un aparador
desvencijado…Por la ventana que da al patio interior, entra una luz mortecina
que apenas sirve para dibujar pobres siluetas que acompañan a Manuela: Por poco tiempo, en unos minutos, los
empleados municipales terminarán su labor y, ella, fuera de allí, habrá perdido
el último rastro de su memoria.
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