jueves, 22 de noviembre de 2012

EL PREMIO


Hay una tribu, la que domina en la selva, que, cada año, otorga un premio al mejor jefe de entre las diferentes tribus que la pueblan. Se reúnen los notables para elegir quien debe recibir el premio en cada ocasión y los tam-tams redoblan por toda la selva para dar la noticia del elegido de manera que nadie se quede sin conocerlo.

El jefe de mi tribu es un poco perezoso para desplazarse por la selva. Está un poco mayor o no le gusta encontrarse con alguno de los otros jefes, no lo sé, pero cada año, delega en mí la asistencia al evento. En realidad, aunque mi mente está más interesada en otros temas, no estoy dispuesto a perderme el espectáculo. Por otra parte, observo que los más jóvenes de mi tribu están aun menos interesados que yo en hacer este tipo de acciones de representación, por otra parte, necesarias.

El acto se celebra en la gran Choza, en el centro de la selva. Se las arreglan para que, cada año, la choza parezca diferente, utilizando distintos tipos de abalorios para decorarla. Los representantes de las distintas tribus, todas las que reconocen al mismo gran jefe supremo, asisten puntualmente.

Observo que, cada vez, hay más representantes femeninas, creo que está bien, dan mucho más colorido y aportan un aire más fresco a la representación. Este año, además, ha asistido un invitado especial; el representante de un grupo de jóvenes que han revolucionado la selva organizando competiciones corriendo tras una gran pelota; futbol lo llaman. También dos grandes hechiceros; bueno, hechicero y hechicera, que han alcanzado gran renombre entre las tribus. Como dicen que hablan con los espíritus, hasta los jefes les tienen respeto. Me falta decir que todos los asistentes debemos presentarnos debidamente disfrazados de animales, de acuerdo con el rango de cada uno.

Afortunadamente, este año también ha venido, desde su tribu, mi amiga uku-uku, una excelente relaciones públicas, en representación de su jefe, que, como al mío, parece que no le gusta aparecer en estos actos.  Uku-Uku, tampoco se siente cómoda  entre gente que no conoce demasiado y he tenido que ejercer mis buenos oficios para que las doncellas disfrazadas de ardillas, que realizan esta función de organización, nos coloquen en la misma esterilla.

En estos actos, las esterillas se ubican por el lugar que los animales que representan los disfraces, ocupan, jerárquicamente, en la jungla, la selva, la sabana... En esta ocasión, el acto no empezó hasta que los reyes de la sabana, el león y la leona — hechicero y hechicera — aparecieron y, con gran parafernalia, dieron su  asentimiento para el comienzo del acto. 

Inmediatamente, el señor pavo real —el delegado del jefe  de la tribu organizadora— subió al estrado para hacer, de la manera más ampulosa posible, el panegírico del premiado y se llevó grandes aplausos que no cesaron hasta recibir al mono tití que, con grandes aspavientos y una sonrisa de circunstancias salió a recibir el premio y a expresar su agradecimiento con reverencias a los elefantes y los tigres que ocupaban las primeras esterillas. Éstos mostraban, con signos de asentimiento, su satisfacción de cómo se estaba desarrollando el evento.

Más retirados de los grandes depredadores, ya en tercera fila, estaban las esterillas con las hienas y los mandriles, que, riendo fuerte y criticando por lo bajo esperaban su oportunidad de aprovechar los descuidos de los grandes depredadores para recoger sus sobras.

En esta representación hay quien no descansa, las doncellas disfrazadas de ardillas que, nerviosas y simpáticas, con las orejas inhiestas y ojos despiertos, están dispuestas para percibir las sutiles señales del pavo real o  de los grandes depredadores para acudir prestas a resolver cualquier problema y sofocar cualquier amago de incendio que aparezca en la representación.

Uku-uku y yo, mimetizados con el paisaje, disfrazados de lagartos, y absortos en nuestra conversación, no despertamos hasta que el pavo real hizo su discurso de despedida — Hasta el año próximo, dijo.

En ese momento, el hechicero, con la piel de rey de la sabana sobre él, subió al estrado y, con un discurso de gran porte, para dejar clara su superioridad sobre el pavo real, dio por concluido el acto. En ese momento, todos los animalitos nos levantamos de las esterillas, perdimos parte del formalismo y, sin olvidar nuestro lugar en la jerarquía,  intercambiamos lugares para sonreírnos, saludarnos y mostrar nuestro deseo de vernos en otras ocasiones menos formales. 

El representante de los jóvenes futboleros, mimetizado en Búho, que había estado muy atento a cuanto pasaba a su alrededor, aprovechaba la oportunidad para hacer contactos con aquellos jefes que ,en su opinión, no estaban haciendo, en sus respectivas tribus, todo lo necesario para apoyar ese deporte que él promueve.


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