Hay una tribu, la que domina en la selva, que, cada año,
otorga un premio al mejor jefe de entre las diferentes tribus que la pueblan. Se reúnen los notables para elegir quien debe recibir el premio en cada ocasión y los
tam-tams redoblan por toda la selva para dar la noticia del elegido de manera
que nadie se quede sin conocerlo.
El jefe de mi tribu es un poco perezoso para
desplazarse por la selva. Está un poco mayor o no le gusta encontrarse con
alguno de los otros jefes, no lo sé, pero cada año, delega en mí la asistencia al evento. En realidad,
aunque mi mente está más interesada en otros temas, no estoy dispuesto a perderme
el espectáculo. Por otra parte, observo que los más jóvenes de mi tribu están aun menos interesados que yo en hacer
este tipo de acciones de representación, por otra parte, necesarias.
El acto se celebra en la gran Choza, en el centro de la
selva. Se las arreglan para que, cada año, la choza parezca diferente, utilizando distintos tipos de abalorios para decorarla. Los representantes de las
distintas tribus, todas las que reconocen al mismo gran jefe
supremo, asisten puntualmente.
Observo que, cada vez, hay más representantes femeninas, creo que está
bien, dan mucho más colorido y aportan un aire más fresco a la representación. Este año, además, ha asistido un
invitado especial; el representante de un grupo de jóvenes que han
revolucionado la selva organizando competiciones corriendo tras una gran
pelota; futbol lo llaman. También dos grandes hechiceros; bueno, hechicero y
hechicera, que han alcanzado gran renombre entre las tribus. Como dicen que
hablan con los espíritus, hasta los jefes les tienen respeto. Me falta decir
que todos los asistentes debemos presentarnos debidamente disfrazados de
animales, de acuerdo con el rango de cada uno.
Afortunadamente, este año también ha venido, desde su tribu,
mi amiga uku-uku, una excelente relaciones públicas, en representación de su jefe,
que, como al mío, parece que no le gusta aparecer en estos actos. Uku-Uku, tampoco se siente cómoda entre gente que no conoce demasiado y he
tenido que ejercer mis buenos oficios para que las doncellas disfrazadas de
ardillas, que realizan esta función de organización, nos coloquen en la misma
esterilla.
En estos actos, las esterillas se ubican por el lugar que los
animales que representan los disfraces, ocupan, jerárquicamente, en la jungla,
la selva, la sabana... En esta ocasión, el acto no empezó hasta que los reyes
de la sabana, el león y la leona — hechicero y hechicera —
aparecieron y, con gran parafernalia, dieron su
asentimiento para el comienzo del acto.
Inmediatamente, el señor pavo
real —el delegado del jefe de la tribu organizadora— subió al estrado para
hacer, de la manera más ampulosa posible, el panegírico del premiado y se llevó
grandes aplausos que no cesaron hasta recibir al mono tití que, con grandes
aspavientos y una sonrisa de circunstancias salió a recibir el premio y a
expresar su agradecimiento con reverencias a los elefantes y los tigres que
ocupaban las primeras esterillas. Éstos mostraban, con signos de asentimiento,
su satisfacción de cómo se estaba desarrollando el evento.
Más retirados de los grandes depredadores, ya en tercera
fila, estaban las esterillas con las hienas y los mandriles, que, riendo fuerte
y criticando por lo bajo esperaban su oportunidad de aprovechar los descuidos
de los grandes depredadores para recoger sus sobras.
En esta representación hay quien no descansa, las doncellas
disfrazadas de ardillas que, nerviosas y simpáticas, con las orejas inhiestas y
ojos despiertos, están dispuestas para percibir las sutiles señales del pavo real
o de los grandes depredadores para acudir prestas a resolver
cualquier problema y sofocar cualquier amago de incendio que aparezca en la
representación.
Uku-uku y yo, mimetizados con el paisaje, disfrazados de lagartos,
y absortos en nuestra conversación, no despertamos hasta que el pavo real hizo
su discurso de despedida —
Hasta el año próximo, dijo.
En ese momento, el hechicero, con la piel de rey de la sabana sobre él, subió al estrado
y, con un discurso de gran porte, para dejar clara su superioridad sobre el pavo
real, dio por concluido el acto. En ese momento, todos los animalitos nos levantamos de las esterillas, perdimos parte del formalismo y, sin olvidar nuestro lugar en la
jerarquía, intercambiamos lugares para
sonreírnos, saludarnos y mostrar nuestro deseo de vernos en otras ocasiones menos
formales.
El representante de los
jóvenes futboleros, mimetizado en Búho, que había estado muy atento a cuanto pasaba
a su alrededor, aprovechaba la oportunidad para hacer contactos con aquellos jefes que ,en su opinión, no estaban haciendo, en sus respectivas tribus, todo lo necesario para apoyar ese deporte que él promueve.
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