Creo, que lo sucedido ayer en Barcelona, antes y durante la sesión de investidura en el Parlament de Cataluña, de Salvador Illa como President de la Generalitat, nos ha mostrado la muerte política, mejor, el suicidio político, de Carles Puigdemont. Su aparición sorpresiva, aunque anunciada, y su "espantá" después de su corto discurso, tan sorpresiva, como no anunciada, ha debido de dejar a sus seguidores, más aún frustrados, que sorprendidos. Seguro que ninguno de ellos, esperaba su rápida huida, a pesar de que, en ningún momento, hasta entonces, había habido la más mínima intervención de las fuerzas del orden, para detenerlo, en base a la orden dictada por el Tribunal supremo.
Lo que quedo meridianamente claro, es que su plan no había contemplado nunca su aparición en el Parlament, ni su intervención en él, para impedir, o dificultar, al menos, la investidura de Illa, y mucho menos, que se le detuviera y mostrar a sus seguidores su valentía e intención de acabar con un proceso, ya liquidado por los propios catalanes. Estoy seguro de que, en caso de haber sido detenido, se habrían habilitado, y con celeridad, los medios par que, esa detención, hubiera sido absolutamente breve, lo que le hubiese dado la oportunidad de seguir su carrera política en Cataluña. Él mismo, se ha cerrado esa posibilidad.
Todo esto, sin entrar en consideraciones sobre quienes hayan colaborado con él en la preparación de este "esperpento", a los que, también, habría que darles una medalla a la estupidez.
En fin, descanse en paz la carrera política de Carles Puigdemónt.
